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lunes, 21 de febrero de 2011

ALGO DE HISTORIA CAPRINA

Sencillamente nos remontamos a un 27 de julio del año 1.524, cuando don Rodrigo de Bastidas llegó a Santa Marta, contando en su gran cargamento con unas cuantas cabras de razas diferentes como la malagueña, la serrana, la andaluza, la canaria, la murciana y la granadina. Este rebaño no vino directamente de España, sino de las islas de Centroamérica, a donde habían llegado, allí sí de España. Arribó el rebaño caprino, con el propósito simple de acabar con los cultivos adelantados por nuestros aborígenes, conducta que concluyó en su desplazamiento forzado hacia la península de la Guajira, terreno aislado y representado en un semidesierto. Allí hizo su asiento la cabra; allí ya no continuó en su racha de dañar todo, por una simple razón: allí no hay nada que dañar.



Estas son nuestras cabras originarias del departamento de Santander, Colombia

Poco tiempo después los españoles remontaron el país, aguas arriba del río Magdalena, teniendo a su fiel compañera, la cabra, que les proporcionaba leche, carne y uno que otro daño. Llegaron por el río Magdalena al sitio que llamaron Barrancabermeja, por el color bermejo se sus tierras. La belleza del paisaje y el mismo cansancio obligaron a hacer un alto en el camino y en ese sitio quedó otro rebaño, sucediendo algo similar a lo de Santa Marta, pero en este caso el rebaño terminó en el Cañón del Chicamocha, donde tampoco la cabrita hace daños. Los españoles traían cabras de razas diferentes y esas razas se llevaron a los sitios antes mencionados, y en cada lugar, las condiciones medioambientales formaron las razas enunciadas. Hasta hace unos quince años se hablaba de la cabra criolla colombiana, cuando el autor propuso dividir este abanico racial, teniendo en cuenta las diferencias corporales de cada rebaño; se establecieron así la Guajira, la sabanera y la santandereana, todas ellas con características especiales.

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